Si he de perecer al abrigo de este manantial,
abrupto, dominante, de fluido reino.
Que no me vuelva loza de mármol,
su frío carácter de primavera postergada,
que deje que el despertar del sol me sonría,
que la luna en su guardia me bese
mientras sus aguas me acarician el descanso...

lunes, 30 de septiembre de 2019

Camino a Matanza


El refranero de nuestra cultura popular, ese que el pueblo viene utilizando desde tiempos inmemoriales para razonar o dar una justificación a las cosas que nos acontecen en el día día, sin duda lleva mucha sabiduría implícita, y también es contradictorio, como bien lo demuestran estos dos;
“Quien madruga Dios le ayuda”
 “No por mucho madrugar amanece más temprano”
Sin duda tienen sus razones ambos y aplicables según el contexto…
Hay uno que me hace pensar, si lo desuso, o más bien lo llevo al laboratorio y práctico con él un severo análisis. Mi madre, que tenía en su haber un extenso conocimiento de este refranero tan nuestro, me solía decir cuando alguien sufría las consecuencias de su tozudez, o de unos actos no muy justos para los suyos, o el conjunto de la sociedad;
_Niña, es que “cuando el burro cae, se lleva los palos”_, Pobre burrito, qué culpa tiene él de haber nacido burro, puede que ni tan siquiera tenga conciencia de serlo. La verdad es que si el burro cae, en mi caso prefiero ayudarle a que se levante, pues quien soy para dar palos a nadie, tengo en mi haber mis propios errores para ser justiciera de un indefenso burrito, por muy asno que haya sido y posiblemente siga siendo, cada cual tiene su condición y con esos ojos mira, palpita su corazón y su alma, por mucho que quiera no puedo regalarle una capacidad con la cual posiblemente no ha nacido. De todas formas siempre será un punto de vista, mi verdad, tu verdad, no la absoluta verdad. Por eso si de algo me erijo defensora a ultranza es de lo que considero “derechos humanos”, ahí donde veo uno, que nadie me diga que debo hacer, o donde debo estar, porque atenta contra esos derechos que defiendo, y el mío, mi derecho a decidir donde estar, y qué hacer con mi vida.  
Soy amiga de todo aquel, que quiera ser mi amigo, como amo a todo al que amo, en algún caso incluso he pensado que a mi pesar, porque a veces amar hace daño, mucho daño, pero nunca me voy arrepentir de amar, es lo que nos hace grandes, y lo que nos abre la puerta a perdonar y perdonarnos. Por ello en vida caben todos, y si alguien se excluye por quien incluyo en ella, o me ve con cierta desconfianza por ello, el problema lo tiene él, porque hace de sus problemas, de sus errores, los míos, y si en algún momento también me excluye de la suya por hacer propios los míos, otro garrafal error, puesto que si yo “no soy juez, ni verdugo” en la vida de nadie, quien es quien para serlo en la mía… Y al decir esto, no hablo de atentar contra los derechos y libertades de ningún otro ser humano, nunca cometería de forma consciente un error semejante, soy imperfecta, pero lucho por lo creo justo, y siempre será una máxima en mí…  

Gracias a todos… Feliz tarde… Besos




Camino a Matanza

Una mañana de Noviembre
el cochino Orduño escapó,
de su claustrofóbica pocilga.
Allí, la mañana, difícilmente
entraba, ni tampoco la bellota
jugosa de la encina verde,
menos, el dorado y radiante sol.

Tendrán sus nombres destino,
en ese bello y fabuloso lugar,
se prometía, terco, a sí mismo.
Sus amigos, Carlino, Rusvel,
Mesalina, iban ya de camino,
vestidos con sus mejores galas,
a esa gran fiesta al sur de Rute.

¿Qué le falta a su cuerpo
y al genio de sus andares,
para excluirlo del evento?,
Enfadado se pregunta.
A él, al cochino Orduño
poseedor de los mejores
jamones del mundo entero.

La Matanza señala el mapa,
en la tierra, rotada en su eje,
y él , diestro en todo plano,
coordenadas, brújulas,
irá a la fiesta muy seguro,
para volver en navidades.

Que tiene el azul, el campo,
el verde florido,  que cantar
a sus oídos, que le despierte
a la realidad de su designio.
Orduño a Matanza diligente
va, seguro de que volverá.

No imagina, en un chorizo,
siendo parte su rica carne.
Chorizo, como dice Mesalina,
es el político con la costumbre
de meter su mano, en la bolsa
de caudales de este estado.

Así, afanado en su aventura,
intrépido, se dirige el cochino
atravesando montañas, valles
ríos, de las  Sierras Subbéticas,
tan ajeno al cruel mundo,
al paisaje, a esa densa belleza
de grandeza en sus planicies.

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