Encerrada en mi libertad
Noche que abre su lienzo
a los ojos visibles e invisibles.
Por mucho que tú quieras,
río cálido, voz de mi secreto,
suenan campanas silentes,
amaneciendo en sus brazos
vendas que no pueden sanar,
no son escudo suficiente.
Florecido sangra el amor,
viviendo entre bambalinas,
solo es eco sonoro, palpitante,
designado a morir solitario.
Solté de mis manos, la paloma,
vuela libre ese otro aire,
jamás por cadena profanado.
Quién sabe si algún día volverá
a este llovido e inundado valle
de nostalgia, tan frío y seco.
No existen las doradas espigas
de esperanzas en su vergel,
a pesar de haber tocado Mayo,
concienzudo, a su cerrada puerta.
Qué le podría dar, si quiere volver,
encerrada en mi libertad, estoy.
Alguien se preguntó alguna vez: ¿Qué tamaño debe tener la jaula para que el pájaro se sienta libre?.
ResponderEliminarSaber que existe la jaula tal vez sea perder el sentido de la libertad, pero yo creo que lo que más afecta es no tener suficiente espacio para el cuerpo y el alma; teniéndolo no hay que preocuparse por la jaula.
Ah, y el amor siempre sangra. Su inevitable camino son las venas.
Dejo un abrazo con el afecto de siempre.
Hay jaulas, y jaulas, y las que percibo más tristes, y con más dificultad para alcanzar la puerta que nos da la libertad, son aquella que nos creamos nosotros mismos. Nuestras escusas para vivir encerrados en unas normas, en unos prejuicios, e incluso en unas obligaciones que nos obligan a dejar nuestra vida, nuestras necesidades en ella aplazadas, de eso tiene mucho este poema, de saltar esa hipotética cárcel…
EliminarGracias...
Besos