Me pregunto muchas veces, si lo
que realmente escribo, se puede llamar poesía, siempre he escrito por la necesidad
tan enorme que hay dentro de mí por construir con letras aquello que siento en
un momento, o por dar salida a esta insaciable necesidad de comunicar, pues
como siempre digo, soy una derrochadora de la palabra, hablar, hablar, en mi
puede ser algo agotador para aquel que me escucha, o me observa. Ahora de
adulta, lo disciplino un poco, aunque no siempre puedo mantener ese control a
raya. Puede ser un defecto, una necesidad de un alma inquieta como la mía, que
va siempre rastreando perfiles humanos, observando el porqué de las cosas, los
motivos de ser en la tierra, la naturaleza, incluso la enorme grandeza de lo
pequeño, lo insignificante, como cuánto de inútil, insípido, e intrascendente
es aquello que se obstina en presentarse grande a nuestros ojos, cuando solo
tiene tamaño, excesivo color y ruido, con gran capacidad de destruir, de
menospreciar…
Pues escribo, y escribiré, y cada
uno de aquellos que me leéis, podéis tomar la conclusión que mejor consideréis
merezco por mí hacer, la verdad es que la preocupación es mínima, con tal de
ser aceptada en vuestro ratito de lectura, todo está bien, nunca pretendí más,
como tampoco echar un pulso con nadie, o comparar lo que hago con el sentir en
la escritura de los que consideran que escribir tiene que estar respaldado por
algo más que una inquietud, una necesidad que viene adherida a ti como la piel,
cuando naces, y la necesitas como respirar, pues se te escapa por todos los
poros de tu ser.
No soy ninguna ingenua, no
pretendo decir, que se puede escribir sin ninguna base, como hacerlo sin más,
hay que evolucionar, crecer, aprender cada día, investigar las corrientes
literarias de todos los tiempos, cosa, que el que escribe, ya lo tiene impreso
en esa necesidad, forma parte de ese mismo lote, y al mismo tiempo que escribe,
es un gran lector, y con ello, un investigador de la palabra.
Gracias a todos por estar ahí….
Besos
El frío ha dejado sombra,
rígidas raíces en los huesos.
La paz bravía, sin estadios,
vigila airada la médula.
Qué voy a hacer contigo
soplo de la nada, inocente,
me duele el mundo reglado,
con su mandíbula lacrada.
El amor no tiene almohada,
esta noche no podrá dormir,
el secreto que guardamos,
su eterna razón nos condena.
Ahora, sería un crisantemo
en la plenitud, fresca, dulce
de la flor, cuando sabe ella
de miel añorada en los
labios.
Desvalijar la puerta muda
me provoca, elude mi voz,
su espalda, figura de madera
yace barnizada indiferente.
y tú, tronco, piedra soslayada,
administras horas aleteando
resina a golpes de silencios,
que son metralla en mi alma
Afuera quema el aliento
húmedo de la noche insomne.
Me asombro en mi búsqueda
sometida a apuestas rivales,
las hacen el tiempo y la espera
sin respuesta al amor culpado.
Memoria de una almohada
perdida un lunes regalado.
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"