Vergüenza ajena
Después de escavar
la tierra,
escondiendo el oropel
inhumano
del hombre hacia
el hombre,
me di cuenta de
que la vida venía
corriendo tras
de mí, exaltada.
Me mostraba su
gran credencial,
aquel que te exilia
con la certeza,
con sus embajadas en el corazón.
Una flor
habitando en ti, dulce.
auxiliada por el
ghetto del amor.
El tiempo, ahí, importa lo mismo
en una hora, que
en toda una vida.
¿Por qué he de
estar perseguida?
La vergüenza ajena
me sirve
resguarda el
cauce de las arterias
en el sangrado
palpitar del derribo.
La risa helada
de la niebla
parece frágil deslizada
ante los pasos,
y solo son las
calles las que abren
sus ventanas al tranvía
incierto
en el viaje a
ciegas de la justicia.
No más álamos en
los arroyos,
con sus lloros imperturbables,
entorpeciendo su
itinerario.
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"