El miedo, con solo pronunciar la palabra se encrespa el bello…, Cuántas cosas producen miedo… Recuerdo de niña, ese gran miedo a la oscuridad, el estar despierta en mi cama con todo a oscuras, subir a la parte alta de mi casa. Yo crecí en un lagar de pisa, restaurado en vivienda, donde la segunda planta, prácticamente estaba en desusó, solo se guardaban cosas viejas, eran en concreto cinco habitaciones, y una de ellas, le llamaban el pajarillo, desconozco el porqué. Esa habitación era muy oscura, tenía la apariencia de una cueva de piedra, con el techo muy bajo y carecía de ventana, en su lugar había una abertura en forma de circulo, con veinte centímetros de diámetro aproximadamente…, cuando lograba vencer el miedo, subía a toda prisa, como quien lleva el diablo detrás y una vez allí, me abstraída en la cosas antiguas que allí se guardaban, sobretodo hubo una etapa que me fascinaba, mi hermana mayor, Nieves, tuvo la osadía de poner a incubar allí, a una vieja gallina china que siempre estaba clueca, pobre, cuando mi madre lo descubrió solo se pudo salvar un pollo, el cual un día amaneció ahogado en el pozo…
Ahora lo que realmente me asusta, es todo aquello que no puedo controlar en la vida de mis niños, al mismo tiempo que lucho porque sean independientes, me siento invadida por la incertidumbre, por su ingenuidad, su falta de experiencia frente a esa parte oscura que produce el materialismo o la deshumanización del ser humano. Mi principio básico en su educación ha sido que fueran honrados, leales con respecto a los demás y fieles a unos valores que empaticen con ellos mismos y con el alma del ser humano en general. A veces pienso que tal vez esa directriz les ara débiles, vulnerables a la dureza de la vida…
No tengan miedo y vivan, que es lo verdaderamente importante…
Gracias a todos y mil kisses, desprendidos del avaro miedo que todo lo congela….
Los ojos del miedo
¿Le has visto los ojos al miedo?
Hubo un tiempo que era un facsímil perfecto,
tan lleno de espasmos en su guarida,
que durante el día hacía carantoñas al cielo.
Ahora me asusta ese anfibológico sentido
de una gargola nonata en su presbiterio.
Nunca seré ajena a esa epilepsia momentánea
que se confunde con el arrítmico suero pétreo
de una noche sin luna, descosida de silencios.
Ascuas vivas son sus dedos aprisionándome…
De nada sirve que la buganvilia enraíce su nombre,
en ese atroz baluarte, que esparce su ungüento
al unísono del hereje de una ceremonia fatua.
No existe alteza, ni joya condecorada que redima,
cuando al dolor le domina su mirada de flaqueza
Pienso que siempre fui ideóloga de esa utopía
que frunce aromas al barro sin modelar,
próximo a un falso templo de una Osiris
que se baña en el lodo pavimentado de sal.
No porfía el halagüeño dogma, deserciones,
ni tributo a un sagrario enlutado en su vacío.
Tan abstruso en sus deseos, que amilana
como una esfinge en la puerta del sepulcro.
Y me encuentro aquí, en esta otra orilla,
introvertida, al ser albacea de un glacial
que entumece en sus agravios de hielo,
y se diluye perezosa frente a su regia figura,
esta voluntad que forja su dentadura
en un alambique que destila su lenguaje.
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"