Hace unos días que nuestra cultura celebró un año más, el día de todos los difuntos. No me dice mucho esas efemérides, como casi todas. La recibo con respeto a la tradición e incluso me acerco al cementerio a llevar flores a mi madre, y siempre veo personas que lloran frente a la lapida de los suyos, creo que no he llorado jamás en el cementerio, ni el día que enterraron a mi madre, bueno ese día, ni los anteriores, no lloraba, sencillamente no podía, era como si de pronto hubiese dejado de sentir. A veces el dolor, cuando es muy intenso, sirve de analgésico, de tal manera que todo lo vives como proyectado en una película surrealista, donde te sientes en una pesadilla, que te ha atrapado y que mas tarde o más temprano te vas a despertar…
Pienso que el ser que amamos, cuando muere, ya no forma parte de ese cuerpo, sencillamente es su casa terrenal deshabitada y derrumbada. Lo que él es, y fue, forma parte de otra dimensión, cómo es, donde se haya y en que forma la ocupa, sencillamente nadie puede decirlo, ni podrá jamás…
Hubo un tiempo, inmediatamente después a la muerte de mi madre, que iba diariamente a visitar su lápida, y ahora, a los años, me pregunto el porqué lo hacía, y la respuesta no es fácil de explicar, lo único que puedo decir es que cuando perdemos a alguien que es importante en nuestra vida, nos deja un enorme vacío, que nuestra alma lo busca sin descanso, para llenarlo. Es cierto que con el tiempo se va serenando, y cuando eso ocurre, descubres, que el que se va, nunca se va del todo, se queda en nosotros, en sus hijos, vuelve incluso, en los que nacen, ya no, en el parecido físico, hablo de gestos. Mi hija, no solo tiene el color de ojos de mi madre, además te observa con la misma mirada, de bebé, impresionaba, y sin embargo, la hija de mi hermano guarda un parecido físico mucho mayor…
Este poema tiene algo que ver con ese día de difuntos, y no, nació para ser otra cosa, es algo que jamás podré controlar, no puedes escribir lo que quieres, solo aquello que se dibuja en tu animo como un hechizo…
Gracias a todos…
Mil besos que vuelan como mariposas desde mi alma… ¡Qué seáis muy felices!
Pienso que el ser que amamos, cuando muere, ya no forma parte de ese cuerpo, sencillamente es su casa terrenal deshabitada y derrumbada. Lo que él es, y fue, forma parte de otra dimensión, cómo es, donde se haya y en que forma la ocupa, sencillamente nadie puede decirlo, ni podrá jamás…
Hubo un tiempo, inmediatamente después a la muerte de mi madre, que iba diariamente a visitar su lápida, y ahora, a los años, me pregunto el porqué lo hacía, y la respuesta no es fácil de explicar, lo único que puedo decir es que cuando perdemos a alguien que es importante en nuestra vida, nos deja un enorme vacío, que nuestra alma lo busca sin descanso, para llenarlo. Es cierto que con el tiempo se va serenando, y cuando eso ocurre, descubres, que el que se va, nunca se va del todo, se queda en nosotros, en sus hijos, vuelve incluso, en los que nacen, ya no, en el parecido físico, hablo de gestos. Mi hija, no solo tiene el color de ojos de mi madre, además te observa con la misma mirada, de bebé, impresionaba, y sin embargo, la hija de mi hermano guarda un parecido físico mucho mayor…
Este poema tiene algo que ver con ese día de difuntos, y no, nació para ser otra cosa, es algo que jamás podré controlar, no puedes escribir lo que quieres, solo aquello que se dibuja en tu animo como un hechizo…
Gracias a todos…
Mil besos que vuelan como mariposas desde mi alma… ¡Qué seáis muy felices!
El suicidio de la mascara
Hoy se ha suicidado la mascara
Y su rostro ya no se defiende.
Hay luces del alba que lloran
la muerte de un camino andado
jamás redimido por un retorno.
Hoy, hay tristezas que velan heridas
en el cementerio de los sueños,
y una esperanza que se enerva
crucificada en el glaciar inhóspito
del caudal pagano de una boca.
Hoy se tambalea un grito sordo
alrededor de una hoguera,
como el ritual de una zíngara
amancebando el cauce de su pasión
con la vigorosa llama del fuego.
Y por fin se abre la puerta de esta cripta
donde los muertos gimen eternamente
por un amor que no tiene brazos,
que simula acunar el dolor contra su pecho
como un niño desamparado…
Y el emisario del amor de todos los siglos la traspasó;
Y se fue lentamente el eterno emisario del amor sin mascara, que
no tiene nombre. Y si alguna vez el alacrán hace de su veneno una túnica de
súbdito que le rinde pleitesía, acribilla el maleficio con aroma de sándalo, en
cada idus que se hace presente…
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"