Hacer que el mundo y lo que supone pertenecer a él, sea equitativo para todos, es la quimera de las quimeras, el sueño de los grandes utópicos nacidos a la luz de la tierra. No obstante no cuesta tanto trabajo, ser consecuente con lo que decimos, y hacemos, meditar si somos justos y si no lo somos, que nos reporta no serlo. Ofender, hacer daño gratuitamente es la sinrazón de las sinrazones. Siempre he pensado que no tengo la culpa de que el cristal de mis ojos me dibuje todo con una aureola de verde, ahora bien tampoco tienen la culpa aquellos que esa aureola tenga otro color, por lo tanto no debo prejuzgar, juzgar a nadie, debo escuchar, sospesar esa diferencia, esas razones, y pensar que la verdad absoluta, salvo en lo evidente, que son razones que van contra la vida, pues no la tiene nadie, debemos buscarla de forma conjunta, que es quizá lo único que se puede ajustar a lo más justo y equitativo para todos… En fin, que quieren que les diga, que no tenemos arreglo, que lo que expreso con palabras, jamás se llevará a la práctica, pues sí, siempre va a ser así, el orgullo, la prepotencia, la arrogancia, más que defectos son vicios que nos dominan y en el pulso con la tolerancia, ésta será derrotada, lo que no quiere decir que podamos meditarlo...
Os dejo un poema, del cual, algunas estrofas he escrito directamente sobre la ventana del estado, por eso os parecerán familiares…
Gracias a todos…
Mil besos pletóricos de la tolerancia más exquisita que he encontrado…
El hombre eterno.
El árbol yace conquistado en un aullido
de impotencia,
fiel a la tierra que alimenta sus
raíces.
¿Qué tiene el germen infesto de este
tiempo?
Que va desnudando la arrogancia de los
años.
Queda el verso suelto, lloroso de su
rima en un peristilo.
Fue quizá majadero, aquel que alzó su
voz
como si fuera una imperecedera
semilla…,
¿Qué es ahora?, Un llanto seco que
desarmoniza
las claves del poder, abrillantado sus
fauces.
¿Qué hay de aquella esquina de áspera
piel?,
Su frío acoge el oficio más antiguo
conocido,
vejado, en el criterio sobrio de los siglos.
Y van los haraganes de diente plateados
a comer de su plato los mejores
manjares.
Impávida, espectadora soy, que
conmocionada
se guía por las bridas de ese reloj
pendenciero,
que nos hace presos del momento más
justiciero.
Y no hay más clemencia que el peso de
la balanza
que se equilibra con el ajuste de esas
crueles manecillas…
Tela de araña, oxidada, camuflada en la
etiqueta
Con demasiados siervos que hacen una
apología
de lo que consideran que es, la
verdadera libertad.
Y un nombre sin apellido, por la
extensión de su mapa.
Todo tendrá su fin para mi hambrienta
vista,
menos los sueños del hombre eterno
en su insaciable sed, de hallar la
justicia,
oculta en un entramado de conjugación
cínica,
solo perceptible para los ojos de unos
pocos,
gigantes en sus miserias, la guardan
bajo llave.
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"