Si he de perecer al abrigo de este manantial,
abrupto, dominante, de fluido reino.
Que no me vuelva loza de mármol,
su frío carácter de primavera postergada,
que deje que el despertar del sol me sonría,
que la luna en su guardia me bese
mientras sus aguas me acarician el descanso...

domingo, 19 de agosto de 2012

El afán de un Atila sin caballo.

Puede ser que alguien pueda pensar que estoy en la actitud de Quevedo con respecto a Góngora... ¡Ya me gustaría!, Más que nada por tener los dones de Quevedo..., con respecto a la escritura..., ¡No me vallan a ir por otros costados!.
Pues debo deciros, que no conozco a ningún Atila, y maldita la falta que me hace..., sencillamente me fastidiaba una mosca, que ni el insecticida podía con ella, agazapada en casa, huyendo de este frío otoñal tan pequeñito, que sin querer, nos esta haciendo rescatar las primeras ropas de abrigo.

No preocuparse por la mosca, ya pasó a mejor vida y hasta hice el entierro... ¡Pobrecita!




El afán de un Atila sin caballo.

Si ahoga el silencio con sus besos,
dame esa gubia que talló tu secreto,
en el frío llano de ese concierto,
sin norte ni rubato, paralelo a la vía,
de las mansas redes de esa jerarquía….

Tu agonía agita los alvéolos del gesto,
que se hace mueca, en las notas del blues,
aquel que suena cada atardecer doliente,
donde haces reverencia al ciego mutismo.
Como un rey sin corona, mirando su reino.

Me resigno a presenciar ese baile nupcial,
que desposa tus arrugas con tu regio hábito,
como un Poseidón derruido hasta el duro asfalto,
con su gris atuendo, perenne en la costumbre,
y exhibe orgulloso, con talante y sin misericordia.

En ese instante en el que te coquetea la letra,
tus ademanes se suben al caballo de bastos,
como un Atila que seca la hierba que pisa.
No me sirven tus soledades de cristalino ocaso,
si hiere la herradura, sin que bajes de la montura.

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