Testigo cielo
Cielo que me acogiste en tu
fragua,
interrogas inútilmente al error
que fue mi camino hasta tu
estela,
rompiendo su esquema en el aire,
para que no se prolongue nunca
su credo, ni su equivocado norte
en el matiz de la niña de mis
ojos.
Es el fuego que me besa las
tardes,
el mismo que irisa frío en tu nuca
ahogando al sol en tu hondo
océano,
el que señala con rojizas llamaradas
todos aquellos dormidos
amaneceres,
que aún a mi vida nada han dicho,
tampoco al celeste de tu
bóveda.
Cielo amparo, sosiego de la
noche,
una de tus estrellas me guarda,
me recuerda en su mirar brillante,
que para subir a tu firmamento
nunca será necesario una
escalera,
si, escrutar un pedregoso camino
esquivando piedras contra nadie.
Así, al fin, despertara la llama,
cálida a la luz de mis sentidos.
La alborea despuntado radiante,
un mensaje escapado de mi boca,
una copla que cantan los luceros,
agua derramada, lágrimas sutiles
lloradas en el atlas de las
hojas.
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"Si puedes mirar al rostro a este texto, te agradezco que me digas de qué color son sus pupilas…"