Invasión
La sentí llegar,
sabía que aparecería, no podía definir los sentimientos que me invadían,
cualquiera los describiría como temor o incluso angustia. No se puede decir,
que lo que se espera como inevitable, no asuste, en mi caso la espera tenia
forma definida, cara, color, una presencia conocida llamada resignación.
La quietud
sobrecogía todo, amasaba con lentitud su invasión poderosa, de tal forma que la
aceptación de un destino inevitable marcaba cada instante. No sabía cuando ni
tampoco que ocurriría, solo lo presentía con una fuerza tan poderosa que
incluso mi boca, mi legua paladeaba ese sabor tan marcado, tan desagradable,
que sin haberlo probado nunca identificaba como sabor a azufre, olor a azufre.
Mis ojos los
sentía tan cargados, con tanto peso, que me impedía abrirlos con naturalidad,
por momentos tan desbordados, que se me humedecían sin poderlo evitar. La
necesidad de llorar no era algo que sintiera con urgencia, es más, era como una
sensación lejana, casi olvidada. Sin embardo notaba una inundación de lágrimas
en el interior de mis pupilas, amenazando con romper la resistencia de mis
papados.
La pasividad se
adueñaba de mi ánimo con una inclemente fuerza, nada que hacer, nada que evite
el destino, solo esperar a que por fin llegue, sin saber en qué momento y menos
que va a ser exactamente. Sin lucha, sin resistencia, mi cuerpo permanecía tan
profundamente aletargado, y nunca entumecido, más bien relajado, aceptando lo
inevitable. Carente de movimiento, todos mis músculos en reposo absoluto, mi
respiración era maquinal, como de autómata que no tiene constancia del sentir
de la vida.
No tenía prisa,
ni inquietud, por su llegada, sabía que ocurriría y tampoco me importaba estar
preparada o no, así que cuando la sentí entrar en mí, lo hizo sin sorpresa, pausadamente,
desdibujando todo a mí alrededor y robándoles el color, solo tonos grises y
negros. La luz se difuminó creando como aureolas en torno a ella, volviéndola
tenue, casi opaca, convirtiendo toda mi visión en sombras. El sonido cada vez
más lejano, con un eco poco definido, cuyas vibraciones se distanciaban aún
más, hasta tal punto que todo se quedó sin luz, sin color, sin sonido, todo
desapareció y fui nada.
Ojalá amiga haya interpretado correctamente una magnifica descripción de la muerte...
ResponderEliminarSi fue así, aplausos...tus frases son estremecedoras.
Yo también fantaseo con ese momento.
Creo que en esta prosa hoy realmente te superás!!!
Perdoname si me equivoqué...
Creo que una profunda depresión, de esas bien negras...también podría adaptarse a tu espectacular entrada....a veces, uno se muere en vida....
ABRAZOS GIGANTES de tu seguidora del sur
Sil, en cierta manera es así, aunque mi imaginación respecto a ese momento es diferente. Yo la siento como emigración, más que invasión. Una emigración hacia una luz superior, muy atrayente, que anula la voluntad, bien sea que por avatares de la vida la he sentido cerca.
ResponderEliminarEn este caso es la invasión de algo peor que la misma muerte, es la invasión de la tristeza, tan profunda y penosa que proyecta la necesidad de no ser nada, de no existir, de dejar de sentir, ser como bien has dicho muerta en vida.
Son juegos de palabras de sentimientos fugaces que en determinados momentos se han cruzado por mi cabeza. Es mi manera de exorcizarlos, para que nunca aniden en mi alma…. Besos y muchas gracias por estar, Antoñi
Si Antoñi...Así es..
ResponderEliminarEs una tela tupida que se aposenta en tu alma.
La ilusión abandona tu cuerpo y tu mente y como caracól metes la cabeza en tus adentros.
Son cataratas de lágrimas las que esperan siempre.
Una parte de tí muere...No lo sientas nunca.
Preciosoooooooo texto..
Ya volví..el lunes te llamo.
Mil besosssssssssssssssssssssss
Tienes un hermoso blog, y tocas mi alma con tus letras
ResponderEliminarSaludos