Exorcizar el dolor

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Exorcizar el dolor

Necesito la tibieza del agua de la ducha resbalando sobre mí cuerpo, como si fuera un manantial que nace sobre mi cabeza, creando infinidad de vertientes por cada uno de mis cabellos. Notar como por cada afluente, se desliza un quejido, un llanto silencioso que arrastra mis lágrimas diluidas con el agua, disimulando su existencia.

Quiero romper el dolor, destrozarlo en pequeñas partículas líquidas, que suaves desaparezcan por el desagüe. No quiero su poder filtrándose por cada poro de mi cuerpo, arraigando en cada rincón, erigiéndose soberano de mi voluntad y de mi ánimo.

Sentir que al frotar mi piel, con la fragancia del jabón recupera la lozanía que el dolor le roba día a día. Que cada rio de agua arrastre con la espuma, los vestigios de ese mal que de mí se siente dueño. Dejar, que después, como un ritual, ¡Ella!, El agua, conmigo juegue a ser solo una. Danzar juntas la despedida, cómplices de haber exorcizado el dolor.

Hacer una caricia, el suave contacto de la toalla sobre mi cuerpo. Que no rompa la trasparencia de las gotas de agua, que como luminosas perlas, a mi piel siguen adheridas.

Seguir sintiendo la frescura de la humedad en todo mi ser, cuando por fin vestida salgo a caminar para respirar la alegría de vivir. Saboreando la brillantez del sol, después de una ligera lluvia que a veces cae en las tardes de la primavera, dejando un fresco olor ha mojado, impregnado en el agradable y sutil viento que juega con mi pelo y a dibujar una sonrisa en mi rostro.