El refranero de
nuestra cultura popular, ese que el pueblo viene utilizando desde tiempos
inmemoriales para razonar o dar una justificación a las cosas que nos acontecen
en el día día, sin duda lleva mucha sabiduría implícita, y también es
contradictorio, como bien lo demuestran estos dos;
“Quien madruga
Dios le ayuda”
“No por mucho madrugar amanece más temprano”
Sin duda tienen sus
razones ambos y aplicables según el contexto…
Hay uno que me
hace pensar, si lo desuso, o más bien lo llevo al laboratorio y práctico con él
un severo análisis. Mi madre, que tenía en su haber un extenso conocimiento de
este refranero tan nuestro, me solía decir cuando alguien sufría las
consecuencias de su tozudez, o de unos actos no muy justos para los suyos, o el
conjunto de la sociedad;
_Niña, es que
“cuando el burro cae, se lleva los palos”_, Pobre burrito, qué culpa tiene él
de haber nacido burro, puede que ni tan siquiera tenga conciencia de serlo. La
verdad es que si el burro cae, en mi caso prefiero ayudarle a que se levante, pues
quien soy para dar palos a nadie, tengo en mi haber mis propios errores para
ser justiciera de un indefenso burrito, por muy asno que haya sido y
posiblemente siga siendo, cada cual tiene su condición y con esos ojos mira,
palpita su corazón y su alma, por mucho que quiera no puedo regalarle una
capacidad con la cual posiblemente no ha nacido. De todas formas siempre será
un punto de vista, mi verdad, tu verdad, no la absoluta verdad. Por eso si de
algo me erijo defensora a ultranza es de lo que considero “derechos humanos”,
ahí donde veo uno, que nadie me diga que debo hacer, o donde debo estar, porque
atenta contra esos derechos que defiendo, y el mío, mi derecho a decidir donde
estar, y qué hacer con mi vida.
Soy amiga de todo
aquel, que quiera ser mi amigo, como amo a todo al que amo, en algún caso
incluso he pensado que a mi pesar, porque a veces amar hace daño, mucho daño,
pero nunca me voy arrepentir de amar, es lo que nos hace grandes, y lo que nos
abre la puerta a perdonar y perdonarnos. Por ello en vida caben todos, y si
alguien se excluye por quien incluyo en ella, o me ve con cierta desconfianza
por ello, el problema lo tiene él, porque hace de sus problemas, de sus
errores, los míos, y si en algún momento también me excluye de la suya por
hacer propios los míos, otro garrafal error, puesto que si yo “no soy juez, ni
verdugo” en la vida de nadie, quien es quien para serlo en la mía… Y al decir
esto, no hablo de atentar contra los derechos y libertades de ningún otro ser
humano, nunca cometería de forma consciente un error semejante, soy imperfecta,
pero lucho por lo creo justo, y siempre será una máxima en mí…
Gracias a todos…
Feliz tarde… Besos
Camino
a Matanza
Una mañana de
Noviembre
el cochino Orduño
escapó,
de su
claustrofóbica pocilga.
Allí, la mañana,
difícilmente
entraba, ni
tampoco la bellota
jugosa de la
encina verde,
menos, el dorado y
radiante sol.
Tendrán sus
nombres destino,
en ese bello y
fabuloso lugar,
se prometía,
terco, a sí mismo.
Sus amigos,
Carlino, Rusvel,
Mesalina, iban ya
de camino,
vestidos con sus
mejores galas,
a esa gran fiesta
al sur de Rute.
¿Qué le falta a su
cuerpo
y al genio de sus
andares,
para excluirlo del
evento?,
Enfadado se
pregunta.
A él, al cochino
Orduño
poseedor de los
mejores
jamones del mundo
entero.
La Matanza señala
el mapa,
en la tierra,
rotada en su eje,
y él , diestro en
todo plano,
coordenadas,
brújulas,
irá a la fiesta
muy seguro,
para volver en
navidades.
Que tiene el azul,
el campo,
el verde
florido, que cantar
a sus oídos, que
le despierte
a la realidad de
su designio.
Orduño a Matanza
diligente
va, seguro de que
volverá.
No imagina, en un
chorizo,
siendo parte su
rica carne.
Chorizo, como dice
Mesalina,
es el político con
la costumbre
de meter su mano,
en la bolsa
de caudales de
este estado.
Así, afanado en su
aventura,
intrépido, se
dirige el cochino
atravesando
montañas, valles
ríos, de
las Sierras Subbéticas,
tan ajeno al cruel
mundo,
al paisaje, a esa
densa belleza
de grandeza en sus
planicies.
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