Fugacidad
En el caminar de los indolentes días
me duele la vida allí donde la he perdido.
Siento un pesar vagabundo, errático,
acomodarse en mis endebles sentidos.
Se alimenta a cada pausa, vive en mí
como un ángel caprichos y seductor
que sin deshacer su incomoda maleta
me dice sin conjugar verbo alguno;
que el morir viene sin piadosa tregua,
pilotando su nave
silenciosa y eterna
con su fría e inquietante mano al timón,
invadiendo mis aguas en todos los océanos,
subyugando mi esencia poco a poco…,
bajo la estela de un sol rutinario,
en mil noches de celaje cerrado
a una luna que habla de vez en cuando.
Estática luz de combustible limitado
vigilando su intensidad antes de agotarse.
Pues la vida no deja de ser cierta
porque tenga en su memoria tu nombre
con una indeleble fecha de caducidad
tatuada a fuego en tu frente.
Si viviendo, de vivir no me olvido
o la vida en su rígida consigna, no me niega
antes de presentar mi último memorándum
es mi querer dejar mi huella en la tierra
que ría, sueñe, y cuando su alma llore
en cada lágrima mi sangre rememore.
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